lunes, 23 de agosto de 2010

La perorata de Tomás

   Tomás se nos acercó buscando compañía y le invitamos a sentarse y tomar algo. Observé que le faltaba una uña del pulgar izquierdo, y le pregunté el porqué. Sacándole un diente a un caballo -me dijo- el muchacho que lo sujetaba, le dió miedo, lo soltó y el caballo me dio un "Bocao"...imagínate los dientes de un caballo. No veas cómo duele.
   Eso es lo único que recuerdo con sentido de lo que vino a soltarnos después; y es que entre el cansancio acumulado de las visitas por la sierra y el no dormir ni de día, ni de noche, no podía prestar atención a lo que iba contando, demostrando una memoria portentosa. Las frases se me juntaban una después de otra y adquirían un significado como abstracto, y me imaginaba un "Collage"  con imágenes que iba casando para hacer una película de recortes.
   Casi todos los nombres que aparecen son ficticios; pues si no era capaz de recordar ni una sola frase con significado, no lo iba a hacer con nombres y apellidos, de los que él, sin duda recordaba. Ahora, ni yo sabría con certeza cuales de estos nombres, son los auténticos y cuales no. Sólo los de Tomás y el duque de Wellington, sean quizá los únicos verdaderos.
   Cuando le volví a preguntar por las sequoias que aparecieron un buen día por la sierra de Huéscar, me comentó que las había traído un duque llamado Wellington, sin saber precisar qué edad tendrían aproximadamente, pues pasó a la acción y para mí fue como ver las imágenes de un "cinexin" que iban a delante y atrás, según el gusto del proyeccionista; todo esto entre sorbo y sorbo de cerveza...aunque la jarra que él pidió, debía de ser un vino especial.
   Cómo iba diciendo, éstas, llegaron del Canadá y están ahí arriba...yo estuve en la finca trabajando con Don Julián Ramón y tenía unas bestias, de las que le compré dos...el hijo era muy amigo mío y estuvo trabajando en la fábrica de tractores  que luego se llevaron a Martorell...el General Moya, me hizo un pase especial para montar los caballos, pues aunque aparentaba la edad, no la tenía...y subimos a la sierra, al cortijo del mejor rejoneador que haya habido nunca Don Antonio del Pino; éste está enterrado en Albacete...una chica, María Berenzuela, hija de Don Manuel Berenzuela Salistre, con aires de suficiencia que dice querer montar a un caballo...-je, le digo yo- mi padre me deja hacerlo pues tiene muy buena experiencia con los caballos -me cuenta ella- a lo que yo le respondo, que su padre no sabría distinguir entre un caballo y otro  de cartón...
  

   Es sólo un pequeño extracto  del soliloquio de Tomás. Nos tuvo al menos una hora sin oírse más palabras que las suyas. Por más que intentaba, no lograba entender qué quería transmitirnos. Descubrimos su portentosa memoria, pero a día de hoy no sé que nos quiso contar y sólo recuerdo piezas sueltas de ese gigantesco puzzle que trató de montar en torno suyo y su pasado más reciente.

Grupo de sequoias en el paraje "La Losa", en el término de Huéscar. Es posible, que Tomás te lo encuentres cerca

2 comentarios:

  1. Lo maravilloso de viajar es que, además de encontrarte con lugares increíbles, conoces a personas sorprendentes que te muestran otra forma de realidad, la de su perspectiva, para reorganizar un poquito más la nuestra.

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  2. Este personaje, singular donde los haya, nos enseñó muchas cosas,por ejemplo, que mientras se habla, no se come (no probé un solo boquerón por respeto a su alocución hacia la mesa). Me traje parte de sus "historias", que disfruto cada mañana en forma de tostadas (ya quedan pocas) y nos enseñó formas misteriosas entre preguntas e invitaciones...lástima que estemos lejos...Gran personaje este Tomás. Gracias por tu comentario

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